08 marzo 2012

MINTIENDOLE A LA VERDAD (CAP II)

CAPITULO II: UNA LLAMADA INESPERADA
Por  Roberto Mandujano Arias

Muy temprano cerca de las 6 de la mañana mi celular empezó a sonar. Era Miguel, un compañero del salón, quien entre lagrimas me dijo: “Rodrigo, han asesinado a Cristina”. Un fuerte aire inundo mi habitación, y me dejo sin palabras. El intentaba contarme sobre lo que había sucedido, pero no pudo contenerse más y hecho a llorar. Con voz titubeante respondí: “Pero si ayer yo estuve con ella Miguel, y estaba de lo mas bien, inclusive me dijo que se iría de viaje durante esta semana de vacaciones. ¿Qué paso?”. Él aun mostraba una voz entrecortada. Pase a reanimarlo, pero los intentos fueron en vano. Luego de un momento pudo calmar los ánimos y dijo: “Fue Josué, el estaba enamorado de ella, y no asimilaba el vernos juntos. Muchas veces me dijo que jamás sería feliz, además la policía encontró junto a Cristina una cajetilla de cigarros de las que él siempre fumaba y pedazos de la pulsera con la que siempre andaba, estoy seguro que fue él”. Trate nuevamente de tranquilizarlo. La conversación había terminado, era momento de ir a la Universidad. 
Estaba a pasos de la facultad, el cielo de Lima permanecía aun gris y desde ahí ya se podía notar una gran multitud de personas. Profesores, alumnos y mucha prensa rodeaban el lugar. Necesitaba ingresar y saber lo sucedido. Mi espera no tardó demasiado. A lo lejos distinguí a una Mónica y Daniel que hacían hasta lo imposible por convencer a la seguridad policial para ingresar a la facultad. La amistad que habíamos formado durante un trabajo sobre “La esquizofrenia” permitió que me acercara y juntos trabajemos sobre un mismo fin. Ingresar. 
Subíamos las escaleras, y el miedo que prometimos no mostrar se hacía más evidente. A lo lejos distinguimos a un destrozado Miguel que aun no podía asimilar lo sucedido. Los padres de Cristina lloraban sin entender nada, pues tan solo hace unas horas habían estado con ella. Esa noche quienes la queríamos permanecimos en vigilia. Miles de velas se encendieron en memoria de Cristina. Las anécdotas vividas con ella no se hicieron esperar. Aunque nadie quería precipitarse en dar opiniones, era evidente que todos teníamos ya a un único culpable. Josué. Las evidencias lo señalaban; una cajetilla de cigarros de la misma marca del que acostumbraba fumar estaban cerca del lugar del crimen; eslabones de la pulsera que le había regalado su madre en su cumpleaños número 17, se encontraban regados por el suelo; quizá Cristina forcejeo en defensa y logro arrancárselo; y finalmente el gorro negro que ganó durante un campeonato de tenis en el club regatas. No había duda, él era el asesino. 
Habían pasado ya tres días después de lo sucedido. Cristina descansaba ya en el cementerio Campo fe, junto a su abuela. El entierro estuvo lleno de muchas autoridades, profesores, decanos e inclusive el mismo rector. Nosotros preparamos un pequeño discurso. El gordo Sergio se encargo de leerla. Fue un momento conmovedor. 
Solo se necesitaron de 7 días para que la policía diera con el paradero de Josué. La casa de su tía en Chosica, había sido su refugio. Al ser capturado, y al dar su manifestación el negó todos los cargos. Explicó que sólo se escondió por miedo más no porque él lo hizo. La sentencia, se veía venir: 15 años de cárcel por homicidio doloso habían destruido su carrera y habían dejado a sus padres y hermana en profunda tristeza. Se hizo justicia. La idea de un crimen perfecto no se había cumplido. 
Los días siguientes se volvieron melancólicos, era difícil continuar con la clase teniendo una carpeta vacía. Miguel no era el mismo, permanecía sin hablar durante toda la clase y su rendimiento durante ese semestre había decaído. A los pocos días; la noticia de que Paty, nuestra delegada de salón, esperaba una niña modifico los ánimos de todos nosotros. Alguien más se integraba a la familia del salón 212 de psicología. La niña nació durante el verano del 2004.Paty no dudo en llamarla Cristina. 
Habían pasado ya, cerca de un año desde que Cristina no estaba con nosotros. Los ánimos ya se habían calmado, pero aun sentíamos su vacio. Miguel pudo superar ese dolor, y se había hecho más fuerte. Los cuatro meses que restaron para dejar la universidad, se fueron demasiado rápido. 
Era el día. Estábamos a pocas horas de nuestra graduación. El nerviosismo se apoderaba de todos nosotros, el discurso que por meses habíamos preparado serian hoy escuchados. Alce la mirada, mis padres y hermano estaban en la tercera fila. El lleno total del auditorio me intimidaba. Camine hacia el atril, era hora de mi discurso. El corazón me latía a mil por hora, mi boca empezaba a pronunciar todo lo que había preparado para ese día, pero mi mente sólo navegaba hacia los días vividos en la universidad. El fuerte sonido de los aplausos hizo que volviera. Había terminado. 
La despedida estuvo lleno de lágrimas y de intercambio de números telefónicos. La promoción “Cristina Schull Ortiz”, en nombre de Cristina; había dejado huella. Dos diplomas ganadas en el concurso de psiquiatría en España habían sido nuestros grandes méritos. Habíamos dejado el nombre de nuestra universidad en alto.

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